Juan José Flores Nava
Luis E. Gómez describe una muerte en Tijuana
El tema no puede ser más actual: un encobijado aparece a las afueras de Tijuana; un periodista que le debe a sus lectores (lo prometió) un reportaje sobre el narcotráfico en esta ciudad fronteriza; y, detrás de todo ello, la corrupción política, la protección policial al crimen, la violencia militar y el asesinato impune por parte de la delincuencia organizada como cotidianeidad. Ingredientes que sustentan el thriller escrito por Luis E. Gómez, a la manera de una road movie, bajo el título de Café Pacífico / Muerte en Tijuana (Ediciones Quinto Sol).
Luis E. Gómez —doctor en sociología e historia y académico de la UNAM, además de padre de Andrés Leonardo Gómez Emilsson, aquel joven que en octubre del año pasado, en una ceremonia oficial y luego de recibir un premio de manos de Felipe Calderón, le gritara éste espurio— dice en entrevista que, para él, la novela policiaca contemporánea muestra por lo general detectives insulsos, gente rutinaria. De ahí que en su novela haya decidido cambiar al detective tradicional por un periodista:
—Tengo la impresión de que en la nueva novela policiaca los héroes son los periodistas —sostiene—. Porque ellos son hoy los que están escribiendo la historia de los acontecimientos fundamentales, ya sean políticos, económicos, policiacos o sociales. Y sucede así porque en gran medida el periodista no está comprometido con una de las partes (criminales o policías), sino más bien su compromiso está del lado de la verdad. Claro no en todos los casos, pues también hay corruptos y chayoteros. Pero el periodista que se toma en serio su trabajo busca construir una verdad. En esa medida es más libre un periodista que un policía un investigador detectivesco.
Esta novela, dice su autor, habla de nuestro país, de la situación actual; incluso toma posición con respecto a la violencia exacerbada que parece no tener límites por ahora.
—La violencia —afirma— es algo consustancial al ser humano. Pero la violencia de alguna manera debe ser regulada por el Estado. De hecho, el Estado debería tener el monopolio legítimo de la violencia armada. Pero la manera en que se está llevando a cabo ahora equivocada. Al estructurar una espeacie de guerra en contra de las organizaciones criminales del narcotráfico se cae en un error porque éstas no tienen un frente. Y como no tienen un frente, es imposible combatirlas con estrategias de guerra. Es un absurdo declarar una guerra al narcotráfico. En primer lugar, no funciona como una guerrilla. En segundo lugar, cuenta con recursos extraordinarios y recluta gente sobre la base de lo podríarnos llamar castings de pistoleros que desempeñan tareas específicas para luego desaparecer. No, hay, pues, un frente. La estrategia actual lo único que hace es confrontar a los cárteles, a los cárteles con el gobierno.
La idea que se expresa a lo largo de la novela es que los cárteles de la droga no se pueden vencer con sólo perseguir y atrapar a los cabecillas, con sólo detener y encarcelar a los distribuidores de drogas. Porque, dice el académico Luis E. Gómez, los cárteles del narcotráfico son una mezcla entre una medusa y un pulpo.
Al detener a narcomenudistas, las autoridades lo que hacen es apenas cortarle las uñas al pulpo. No representan ni siquiera un tentáculo del animal. Y las uñas vuelven a crecer. Pero además son también como la medusa, pues cuando se descabezan de inmediato les crece otra cabeza. Todos en el narcotráfico son sustituibles. En esa medida estamos enfrentados a un monstruo que se podría vencer de otra manera, que no es necesariamente en las calles, a balazos y con la muerte de muchos inocentes. En este momento de lo que hablamos no es del Estado fallido, como dicen los estadounidenses, sino del Estado débil, como dicen los italianos. El Estado débil no es otra cosa que la falta de Estado de derecho. Y cuando no hay Estado de derecho, lo más fácil es llamar a los militares. El problema de esto es ver cómo luego se los quita uno de encima. Estamos, por lo tanto, en una situación delicada.
—Sin duda el escritor canibaliza su propia historia. Pero yo procuré construir un personaje que no fuera como yo, que tuviera su propia ética, que tomara sus propias decisiones; que tuviera no sólo fuerzas y virtudes, sino también sus debilidades y que construyera su propio carnino. En esa medida es muy difícil decir que el personaje principal se me parece. Aunque es inevitable que escritor y personaje compartan ciertos rasgos, en este caso el personaje se fue construyendo a sí mismo terminó por hacer cosas que el escritor no tenía previstas.
—¿Qué significa para Alejandro Moraga Romero, el periodista y protanista de esta historia, leer sobre su propia muerte?
—No es algo novedoso. Algunas personas han leído acerca de su propia muerte, ya sea porque se perdieron, porque decidieron romper con un medio o por muchas otras razones. Esa canción de “no estaba muerto, andaba de parranda”, es cierta. Mucha gente ha llegado a su propio velorio. Es, claro, una situación exótica, pero ocurre.
—Da la impresión de que luego de enterarse de su propia muerte, el personaje se siente liberado.
—No lo sé, no me lo plantee como un problema filosófico. Lo cierto es que tengo la impresión de que para algunas gentes saber de su propia muerte (que en principio sería una imposibilidad) ha sido liberador.
Extraído de El Financiero, miércoles 3 de junio de 2009