Introducción

Este ensayo quiere poner en juego algunos elementos históricos, filosóficos y sociológicos para proponer una vinculación de algunas categorías, conceptos y nociones al interior del discurso foucaultiano, pero no solamente, ya que también queremos destacar elementos que provienen de las reflexiones de Giorgio Agamben, quien han focalizado sus trabajos construyendo la oposición complementaria entre biopolítica y tanatopolítica.

Este ensayo postula que, si bien el camino de Michel Foucault parece encontrar sus propios desdoblamientos, sus interrupciones (un rostro que se desvanece en la arena de una playa), es verdad también que hay recuperaciones, saltos o efectos de continuidad, que otorgan sentido a muchas de sus reflexiones más tardías.

No es posible entender la emergencia de la biopolítica sin sus trabajos previos sobre la vigilancia, la policía, el panoptismo, pero también sobre la corporalidad y la mirada médica. Sus prácticas de poder y conocimiento (sin identificar unas con otras), son múltiples y adoptan diversas formas, con resultados desiguales, entre sus empeños y sus desempeños, desplegados en dispositivos o arreglos que recurren a técnicas, tecnologías que abren nuevos espacios de clasificación, de ordenación, de experiencia, de ejercicios de poder y de producción de saber.

El trabajo de Michel Foucault produce una fisura en la historiografía de su tiempo; sus objetos no son aquellos que comprenden la historia como la constitución prometeica de los Estados Nación, como la consolidación de un porvenir necesariamente mejor y progresivo. Si algo no existe en el pensamiento foucaultiano es una teleología del devenir siempre hacia mejor. Su historia está siempre marcada por la divergencia y por el accidente, pero siempre centrada en las prácticas de la gente común.

Este ensayo se inscribe en la historia del castigo, del encierro, del apartamiento, de la exclusión, incluso de la eliminación, como un costo de la búsqueda del orden. Es parte de la historia de los hombres infames, mientras que los historiadores y los sociólogos se preguntan ¿cómo es posible el orden? Michel Foucault responde con otra pregunta ¿cuál es el costo del orden? Cuáles son los juegos de poder y exclusión, de discriminación, de eliminación que se producen para crear, sostener y preservar el orden. Por ello su interés en ver las historias de la policía, de la penitenciaria, del ejercicio de la justicia y de la determinación de las penalidades.

La historia de la antropometría no sólo es la historia de la medición del cuerpo; hija de la antropología colonial, la historia de la antropometría está inscrita en el decurso de los procesos de la individualización de las personas con propósitos identificatorios y de exclusión, de apartamiento, para el control de las poblaciones, en el sentido biopolítico, social y cultural, de las sociedades contemporáneas.

La historia de la panóptica como tecnología de vigilancia de las prisiones se infiltra, se desplaza y se generaliza hacia las técnicas de observación policial, principalmente preventiva, de los comportamientos de las poblaciones contemporáneas, ahora mediante dispositivos cibernéticos y mediáticos.

La historia de la biopolítica, como un acercamiento a la vida cruda de las poblaciones, a la expresión biológica social que está inscrita en el decurso de los procesos demográficos y estadísticos, mismos que originalmente parten de la problemática de la salud pública y afirman la intervención de los individuos, de la sociedad, los gobiernos y el Estado, para producir grandes corrientes de gubernamentalidad, mentalidades de gobierno, inducidas o espontáneas, que aterricen por lo bajo, en el gobierno de sí, de los individuos y de los hombres, en las sociedades contemporáneas.

Para definir el contenido operatorio de la noción de biopolítica, Michel Foucault afirma:
El tema retenido fue entonces la “biopolítica”: yo entendí por esto la manera en que se ha ensayado, desde el siglo XVIII, de racionalizar los problemas planteados a la práctica gubernamental por los fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constituidos en población: salud, higiene, natalidad, longevidad, razas… Sabemos qué lugar creciente esos problemas han ocupado desde el siglo XIX, y qué desafíos políticos y económicos han constituido justo hasta ahora.

Es necesario señalar aquí la relación entre la antropometría, ya no dirigida a la individualización del delincuente o el criminal de las sociedades normalizantes, sino la que se vincula con la biopolítica y la tanatopolítica, particularmente aquella práctica ligada a la eugenesia, esa actividad que el fascismo destacó como instrumento de “purificación racial”, no ya solo de las “razas otras”, que desembocó en el holocausto, sino incluso del mal propio, visto como las enfermedades congénitas, deformidades, incapacidades y todas aquellas “diferencias” determinadas como anormalidades, cuya clasificación empujaron a su supresión sistemática, al interior de la propia “raza” y no se diga, también de los que pertenecen a “otras”. Por supuesto se trata de figuras relativas al llamado Estado de excepción.

Este trabajo se inscribe en la reflexión política, sociológica y filosófica de los dispositivos y de las tecnologías diseñadas, como juegos de poder y de exclusión, con la finalidad de producir un conocimiento del cuerpo individual en el seno del cuerpo social. Por ello podemos afirmar que entre la constitución de una sociedad panóptica y una sociedad biopolítica no hay una ruptura, sino períodos temporales de continuidad y discontinuidad, de intersecciones que se entrelazan y se confunden, yendo de unas hacia otras, por momentos reforzándose, según sea el acento que las sociedades ponen a los mecanismos del control y de la auto-vigilancia de las conductas y de las prácticas de la vida común.

La antropometría se centra en la búsqueda de herramientas y dispositivos para la judicialización de la vida social, para reprimir y para separar a la sociedad productiva de la amenaza que para ella constituyen los delincuentes y los criminales; aparece antes de siquiera poder ser nombrada como tal, e intenta vincular la apariencia de los detenidos y los reincidentes con sus inclinaciones “natas”. Esta hipótesis de la criminología positiva tratará de llenar esta nueva función judicial: descubrir al delincuente o al criminal incluso antes de que pase al acto.

Ubicamos aquí una interacción entre la represión y la prevención, no una ruptura. Por ello la vigilancia aparece como una forma generalizada de represión de la intención que, se supone está en todos, es una potencialidad a lo que nos referiremos más adelante. Por supuesto indagar, investigar sobre hechos delincuenciales y criminales es más costoso que prevenir, además de inútil, como lo afirmó sistemáticamente Foucault: la fábrica de la criminalidad y de la delincuencia.

El nacimiento de la antropometría

Aunque el origen de la criminología clásica se encuentra en Cesare Beccaria (italiano, nacido en 1738 y desaparecido en 1794) un humanista liberal, conocido y referenciado múltiples veces por Michel Foucault junto a Jeremy Bentham, (inglés, nacido en 1748 y desaparecido en 1832, fundador del utilitarismo, también fue el creador de la prisión panóptica) ambos se encuentran entre los grandes reformadores de la justicia, el castigo y la prisión.

Beccaria fue quien propuso hacer de las condenas algo gradual y proporcional, pero no definitivo. Propondrá su regla de equivalencia cuantitativa, consistente en saber que se comete un delito o crimen porque se tiene un motivo que aporta una ventaja; si se vincula este acto a la idea de que el castigo debe ser superior a esta ventaja comparativa obtenida, entonces quizá la transgresión no se cometería, tendría su efecto disuasivo. Además es conocida su oposición a la pena de muerte. Un personaje muy distinto del otro Cesare, Lombroso que ponía por delante su talante de criminalización de la pobreza, del aspecto físico y de las “tendencias innatas” del delincuente.

Con la operación espontánea o planeada de las grandes metrópolis, a mediados del siglo XIX, sus intentos de reordenamiento, su higienización, su desorden y su anomia, aunado al auge de la industrialización y al nacimiento del positivismo, surgieron diversas técnicas de jerarquización, de vigilancia en búsqueda de actos merecedores de sanciones normalizadoras. Técnicas que tuvieron por objetivo ordenar (en ambos sentidos), clasificar (por clases, por cuerpos, por enfermedades, por la especificidad de la locura), calificar conductas asociadas a estos tipos y, finalmente prevenir, reprimir, separar o castigar. Se trató ante todo de establecer dispositivos de visibilización de los individuos, para su identificación única, y eventualmente, incluso para su sanación.

Podemos afirmar que entre los primeros antecedentes de estas prácticas antropométricas se encuentran los trabajos de la frenología, creada por Franz Joseph Gall (médico austriaco nacido en Tiefenbronn en 1788, desaparecido en París en 1828) que decía sustentarse en una teoría de la “degeneración” de los grupos sociales “inferiores”, mediante el manejo arbitrario de teorías antropológicas y ciertas mediciones de cráneos de estas poblaciones, así como la elaboración de tipologías derivadas de sus formas y de sus deformaciones o protuberancias.

Franz Gall a pesar de tener algunas intuiciones proto-científicas sobre la localización específica de funciones especializadas en el cerebro, más tarde parcialmente reconocidas (a partir de los trabajos de Paul Broca, médico francés nacido en Saint de la Grande en 1824, fenecido en París en 1880), sus teorías fueron rechazadas por la academia médica europea, donde se consideraron como del orden de la falsa ciencia. Su colección de cráneos se conservan, (junto con el de él mismo), en el Jardín de las Plantas de París. Entre sus observaciones más cuestionadas se encuentran aquellas que trataron de ligar las protuberancias de los huesos craneales con las conductas de las personas.

La ley y las policías tuvieron que apoyarse, para la indagación, en el examen y la investigación científica de la antropometría, hija directa del positivismo del siglo XIX y de la antropología colonial, su primer operador; no casualmente fue director del manicomio de Pésaro, de la provincia de Pésaro y Urbino, en la Región de las Marcas, Cesare Lombroso, médico y antropólogo italiano (seudónimo de Ezechia Lombroso), nacido en 1835 en Verona y fallecido en 1909 en Turín, fundó la antropometría (sin utilizar directamente el nombre, mismo que más tarde se debe a Alphonse Bertillon).

Bajo sus observaciones médico-psicológicas, Lombroso creó las teorías de vinculación posible entre los rasgos físicos y fisionómicos (por medio de mediciones y cálculo de volúmenes antropométricos) de las personas con su potencialidad delincuente y criminal, llegando mediante mediciones craneales y corporales a conclusiones ahora muy cuestionadas, como aquella del criminal nato, pero que por eso mismo, dejó trazos indelebles sobre la historia de las prácticas policiacas, del topológico y tipológico individual delincuencial y criminal, de la época inmediatamente posterior.

Lombroso, adopta y adapta la vía positiva para su criminología denominándola científica. Trató obstinadamente de buscar en la vinculación entre fisionomía y criminalidad, las asimetrías de los rasgos, las cicatrices, las deformidades corpóreas, la fuerza física, las gesticulaciones y los tics, elementos que según él corroboraron la hipótesis de la criminalidad nata, asociada al aspecto de la persona.

La mayor aportación de Lombroso fue la constitución de registros ordenados en expedientes individuales de los criminales y delincuentes reincidentes, verdadera constitución de archivos organizados que permitían, por el estilo de los robos, los asaltos o los asesinatos, identificarlos y detenerlos. “Nacimiento de una inmensa red de anotaciones: el archivo no es ya más la memoria, sino el instrumento mismo del gobierno de las poblaciones, con sus herramientas y sus técnicas propias”.

Lombroso creo una serie de herramientas físicas y conceptuales para desarrollar sus prácticas evaluativas de detenidos y reincidentes, así como de cadáveres de reconocidos criminales y delincuentes, lo que le permitió, desde su perspectiva, construir perfiles delincuenciales o criminales partiendo de la idea prejuicio de que éstos estaban asociados a rasgos de inferioridad física y mental: cráneos de dimensiones menores, órbitas oculares amplias, frentes deprimidas, mandíbulas prominentes e incluso llegó a postular que los criminales eran una especie de eslabón perdido, un ser que se quedó en alguna etapa entre el hombre y el mono, según él apoyándose en el evolucionismo de Darwin.

En la elaboración de la tipología delincuencial y criminal de Lombroso destacan: el delincuente o criminal ocasional (recodemos aquí el crimen monomaniaco que estudia Foucault), el delincuente epiléptico, el delincuente loco-moral, el criminal pasional (asociado a crímenes que hoy se llaman de género o donde la “pasión” o los celos no se consideran ya como atenuantes en el caso del feminicidio, además de los de orden político, calificados por Lombroso como “nobles”) y por supuesto, el más polémico, el criminal nato.

Lombroso intuye una marca genética en la psique y el cuerpo de los criminales, quienes se ven obligados, en cierta medida, a cumplir con su propio destino. Hablamos aquí de la potencialidad, de la peligrosidad que tendrá derivas en la psicología, la cual buscará a su vez, la tipología para poder atribuir peligrosidad a individuos detectados como tales, a través de test y de exámenes de personalidad.

Por su parte Enrico Ferri, socialista italiano, nacido en San Benedetto, en las riveras del Po, en 1856 y desaparecido en 1929, en la ciudad Roma, fue considerado uno de los fundadores de la criminología positiva. Determinista radical por su positivismo, escribió su tesis “La teoría de la imputabilidad y negación del libre albedrío”. Por cierto, el concepto de imputación de orden jurídico será adoptado por Max Weber adaptándolo a la sociología bajo la forma de la imputación causal, sin embargo, Ferri especulaba que los criminales y los delincuentes pasaban al acto por motivos no voluntarios, que se originaban más bien en lo social, donde se producen acciones espontáneas en una suerte de sistemismo estructural que determina desde la sociedad las causas.

Como reformista social, Ferri planteaba la necesidad, si bien de defender la sociedad, había que estudiar los casos, su particularidad, encontrando las causales en discusión y observando las determinantes de las mismas en virtud de la existencia de conductas motivadas por las emociones desbordadas, el alcoholismo crónico o consuetudinario, la ignorancia, la falta de razonamiento moral o la debilidad mental. Causas todas provenientes todas del entorno social.

Publicó su tesis, ya mencionada, revisada y aumentada, así como su obra mayor Sociología Criminal. Actuó con firmeza en el socialismo militante (dirigió Il Giornale Avanti!) pero finalmente sucumbió a la política de Benito Mussolini, adhiriendo al fascismo en los últimos años de su vida. Antonio Gramsci lo enfrento y contradijo en repetidas ocasiones.

Otro discípulo importante de Lombroso fue Raffaele Garofalo (nació en el puerto de Nápoles en 1851, murió en la misma ciudad en 1934). Si bien coincidía en cierta medida con el professore Lombroso ratificando la relación entre antropología y criminalidad, se oponía a Ferri, negándose a aceptar que los delincuentes obedecieran a motivos no conscientes o a la ausencia de control sobre sí mismos. Trató de encontrar una vinculación entre la criminología y la psicología.

Postuló la validez de la ley natural para contrastarla con las violaciones “técnicas” a la ley escrita. Si bien proponía sanciones leves para delitos menores, para los delitos graves proponía cuatro niveles de castigos:

1. Pena de muerte por asesinato principalmente para defender la sociedad frente a la fuerte posibilidad de la reincidencia criminal. Postulaba aquí la imposibilidad de la redención personal individual.

2. La “eliminación” parcial con la prisión a vida o de larga duración. Prisioneros que deberían morir internados en la cárcel.

3. En el caso de los jóvenes, el establecimiento de granjas para la rehabilitación de menores, y su posible reinserción en la sociedad.

4. La posibilidad de tomar la opción de la reparación forzosa del daño provocado por actos de delincuencia. Sanciones pagadas con trabajo voluntario o de manera pecuniaria.

La influencia de Garofalo, fue recibida no solo por Italia, sino en casi toda Európa y consistió en excluir a quienes se consideraban incapacitados para convivir socialmente, para defender la sociedad y a quienes son capaces de vivir en ella.

En el ámbito de los incapaces de vivir en sociedad, es necesario señalar aquí el trabajo de Foucault “La vie des hommes infames” y “Archives de l’infamie” presentados por el Colectivo Maurice Florence, para visualizar las historias de los personajes que, seguramente figuraron en los ejemplos de Lombroso, como sospechosos de conductas delincuentes, criminales o solo raras y condenables, sea por su aspecto extraño, malformado, asimétrico, feo, o bien por sus conductas inusuales, extravagantes, sucias, abandonadas, inapropiadas exaltadas o altaneras.

En la criminalización de la pobreza, de esta y de épocas posteriores, no ha sido infrecuente escuchar que los estudios estadísticos se encuentren que los rasgos comunes de los delincuentes y los criminales sean: hombres, jóvenes y pobres. En nuestros países tenemos que añadir la criminalización de los indígenas y el racismo frecuentemente no reconocido pero realmente existente.

Cabría preguntarse cuántos sospechosos realmente se ajustaron a la imagen propuesta por Lombroso para vincular aspecto y criminalidad o delincuencia, o bien, si la condena derivó exclusivamente de la apariencia. No es imposible que haya existido una especie de inducción social de conductas, en una especie de arrinconamiento forzado de dichas personas, por sus marcas culturalmente “infames”.

El auge de la antropometría

Después del agotamiento de la teoría y las prácticas lombrosianas, hacia la última década del siglo XIX, el eje de la antropometría se traslada a las tierras transalpinas galas, (donde si bien en 1832, la Tercera República Francesa había dejado de marcar a los delincuentes a fierro ardiente o había dejado de lado la práctica del desorejamiento de los reincidentes para llamar la atención sobre ellos), la necesaria identificación individualizada de los criminales y delincuentes, aparecía como un elemento central en la represión, dirigida principalmente contra los reincidentes, había que crear nuevas tecnologías judiciales de identificación que, al mismo tiempo, produjeran instrumentos de identificación y no se centraran en los prejuicios sociales relacionados con la apariencia física o con los presupuestos de criminalidad nata.

Por ello, más tarde, se constituyó el archivo sistemático de la policía, e inspirados en Lombroso, el expediente individual, y con este los archivos estandarizados, así como la imperiosa pretensión de crear las tipologías físicas y psicológicas criminales. Se trataba de excluir, marginar, poner aparte o bien eliminar a los irreductibles, a los incorregibles, a los que por su perversión, infamia y obstinación, se les colocaba fuera de la sociedad productiva y “sana”. Hablamos aquí de la sociedad aséptica, propuesta por Foucault. Existe entonces una preocupación estatal por la identificación de individuos que transitan por diversos territorios sin ningún aparente propósito.

En “Archivos de la Infamia” el Colectivo Maurice Florence dice:

La palabra archivo es portadora de imágenes. Evoca la obscuridad de las bibliotecas, el polvo del pasado, el lento y paciente trabajo de especialistas: tiene el olor un poco frío de las cosas muertas, de los documentos envejecidos y del olvido. El archivo: residuo de lo que ya no es más y que solo la minucia austera de los investigadores permite exhumar, a título póstumo.

Pero también de los expedientes “vivos” acopio de los documentos y pruebas incriminatorias de los casos en curso. Ya desde 1870 comienzan a usarse las fotografías de personas reincidentes, pero su calidad, su acopio y organización es todavía muy rudimentaria, tienen diversos tamaños y aún no aparecen las técnicas propiamente policiacas.

Alphonse Bertillon, Alexander Lacassagne y Edmond Locard, médicos forenses criminólogos franceses, además del juez alemán Johann Baptist Gustav Gross, fueron conocedores de Lombroso, y son quienes, sin dejar de reconocer su carácter de fundador de la criminología judicial, son sus más mayores críticos, destacando, frente a la idea de la criminalidad nata, la importancia del entorno social, para explicar las conductas criminales.

Ya desde los últimos años de Auguste Comte (1798-1857), padre del positivismo, se apremia a que la policía adopte métodos de carácter científico o que se haga ayudar por la ciencia y por nuevas tecnologías. Es en la ciudad de París en Francia donde aparece una figura simbólicamente importante: Alphose Bertillon (nacido en 1853-fallecido en 1914).

El fundador oficial de la antropometría es nieto de Aquille Guillard, fundador hasta del nombre de la demografía; hijo de Louis-Alphonse Bertillon, médico, creador de la Escuela de Antropología y, hermano de Jacques Bertillon, autor de obras de estadística y responsable del acopio de los datos demográficos del municipio de la ciudad de París. Aparecen aquí los primeros indicios de representación de la población mediante la estadística entendida como ciencia del Estado; verdadero nacimiento de la biopolítica, diría Michel Foucault.

Alphonse Bertillon, primero como un comisario de bajo rango, entró a trabajar en la Policía Judicial parisina, se inspira primero en las capacidades científicas de su familia, la antropología, la estadística y la demografía, para dar un cambio radical en la forma de realizar, llevar a término y acopiar la información policiaca, metiendo, en juego, a partir de 1880, un procedimiento de estandarización, mediante las llamadas fichas signaléticas, portadoras de los nombres y de los alias de los delincuentes, llenadas con la descripción minuciosa de sus características antropométricas singulares: complexión, envergadura, corporalidad, rasgos físicos y fisionómicos, color de piel, características especiales marcas particulares y distintivas de los individuos.

Se incluyen en estos registros además su condición social: fecha y lugar de nacimiento, sexo, estado civil, tipo de sangre y, en algunos casos y, cada vez más frecuentemente, si se tienen enfermedades crónicas conocidas.

Producto de su éxito, Bertillon fue nombrado Jefe de la Oficina de Identificación de la Policía de la Prefectura de París, en el área del rio del Sena. Fue un dedicado formador de equipos y no pocos extranjeros, que pasaron por su Departamento, haciendo cursos de aprendizaje de las más modernas, para su época, técnicas de investigación e identificación.

Al final Bertillon terminó siendo el Prefecto de la Policía de París. A partir de 1885 los servicios de identificación se reprodujeron en el puerto de Marsella y en la ciudad de Lyon y después de 1889 el servicio de identificación de Paris (antropometría y fotografía) será trasladado al Palacio de Justicia de la ciudad luz. Su trascendencia y su importancia fueron reconocidas por muchos gobiernos y sus policías en Europa y más allá de ella.

Alphonse Bertillon produjo técnicas e instrumentos (ya es célebre su silla de mediciones corporales) de medida física de los rostros y de los cuerpos de los criminales y delincuentes detenidos: formas craneales, tamaño de la frente, forma, tamaño y color de los ojos, descripción capilar en abundancia o carencia, color y hasta textura (suave, crespa, grasosa, canosa, etc.), forma de las cejas (escasas o pobladas), nariz (chata, amplia, redonda, prominente, aguileña, etc.) forma de la boca, del mentón, orejas.

Se buscaba determinar la angulosidad o la redondez de la cara (oval, cuadrada, triangular, triangular inversa, etc.) tipo de cuello, pero también la descripción corporal en su conjunto, estatura, complexidad, formas del tórax, del abdomen, largo y complexión de los miembros superiores e inferiores, tamaño del pie, etc., pero además va introducir más tarde la fotografía individual de frente y de perfil. Agregará, en algunos casos, datos adicionales como cicatrices, ojeras, lunares e inclusive tatuajes, agrupados bajo el rubro de “señas particulares”, hasta que apareció en el horizonte una técnica infalible en el reconocimiento de los criminales y delincuentes reincidentes, pero que ha tenido aplicación en diversos campos del reconocimiento de las personas: la dactiloscopia.

El desafío de la dactiloscopia

A las técnicas creadas por Bertillon se va a agregar el asombroso descubrimiento de la dactiloscopia; si bien esta tecnología de registro y de reconocimiento se remonta hasta los trabajos de investigación sobre las crestas papilares de las yemas de los dedos, del checoslovaco de la región de Bohemia, Jan E. Purkinje, quien en 1823 demuestra la existencia de patrones de los grabados dactilares; aún se está lejos de ser pensados como marcas que permitirían, en su momento, constituirse como pruebas identificatorias e inclusive incriminatorias. La historia de la paternidad de la dactiloscopia es difícil a atribuir.

Dejemos a las fechas definir un cierto orden: William J. Herschel, inglés gobernador de la Bengala colonial, es quien con fines mercantiles para la autentificación de contratos, probablemente por razones de escritura de nombres en lenguas autóctonas diferentes o por condiciones de analfabetismo, introduce el uso de huellas dactilares, que rápidamente se va a extender hacia las prisiones.

Por otro lado, Ivan Vucetich, de origen croata, conocido como Juan Vucetich, ya nacionalizado argentino, quien entra al servicio de la policía de Buenos Aires en 1888 para aplicar los métodos de Bertillon. Vucetich es el primero en 1891 en desarrollar las tarjetas dactiloscópicas para identificar reincidentes criminales, mismas que fueron incorporadas rápidamente a los archivos policiales, e inclusive más allá de ellos, por ejemplo en los archivos laborales de las empresas y de los gobiernos.

A su vez, Francis Galton, científico inglés, interesado en la fisiología humana y la herencia biológica, primo hermano de Charles Darwin, trabajó desde 1890 un método para reconocer huellas digitales, material que fue publicado hasta 1892, el cual influyó en la policía británica, un año después, para incorporarlo a sus prácticas de investigación.

Bertillon, por su parte introdujo, no sin cierto escepticismo, en 1894 en la policía Judicial de París, la impresión de las huellas digitales, como complemento de las fichas signaléticas (los cuatro dedos frontales de cada mano y los pulgares por separado). Finalmente, hasta la policía judicial francesa tuvo que adoptar el método más práctico y eficaz de Vucetich.

Bertillon y Vucetich se llegaron a encontrar en París. Los dividían circunstancias críticas de la relación entre la antropometría y la dactiloscopia. Se cree que se separaron con gentileza a pesar de sus rivalidades. Cabe señalar aquí la superioridad del registro dactilar dadas la inmutabilidad, la inalterabilidad de las huellas digitales, constituyendo una verdadera firma corporal, frente a la constante modificación, con los años, de los aspectos fisionómicos, incluso realizados por cirugía plástica.

Es necesario señalar que también se desarrolló el dibujo técnico profesional, primero con la reproducción por una cámara de sombra del perfil físico del delincuente y más tarde el “retrato hablado”. Lo cierto es que su confluencia ayudó a reestructurar los archivos policiales de los reincidentes, junto con la inclusión definitiva de la fotografía estandarizada (de frente y de perfil) en las fichas signaléticas, y en el expediente individual.

No es sorprendente que durante estos años apareciera igual el carnet de “nomadismo” o la carta de “extranjería” para controlar sobre todo a los grupos no sedentarios como los gitanos o los miembros de los circos ambulantes, así como a extranjeros catalogados como gente sin oficio ni beneficio. El control del nomadismo y la extranjería estuvieron, sin duda, marcados por el racismo y la xenofobia.

Por su parte Hans Gross, nacido en Graz, Austria en 1847, murió en 1915, quien fue juez de instrucción desde 1869, es el creador de la criminalística austro-germánica, enunció una serie de principios de intervención ministerial que fue configurando a lo largo de su práctica judicial, partiendo de la indagación necesaria para resolver, en particular, crímenes y delitos graves, que en sus palabras tienen como objetivo despejar la incógnita, en palabras de Foucault, integrar las partes. Algo que un poco más tarde se identificaría como descubrir el móvil o los motivos del criminal para pasar al acto.

Durante más de veinticinco años de ejercicio judicial recopiló materiales de sus prácticas de indagación, para publicar en 1894 su célebre Manual de juez como sistema de criminalística, entendiendo ésta como un conjunto de conocimientos auxiliares del derecho, que permitían elaborar las hipótesis para esclarecer los casos criminales. Se trata de una metodología de indagación que va del acontecimiento a los datos que constituyen evidencias físicas más allá de los testimonios que son vistos como menos confiables.

Como juez hizo recurso de la pericia de médicos y químicos legistas, además de solicitar el análisis de los escenarios de los hechos, pedía la búsqueda de trazos de todo tipo en ellos, así como el acopio de documentos comprometedores. Creo la práctica del aislamiento de las pruebas mediante el saco cerrado de la comisión de investigación, para evitar su contaminación. Gross llevó a la práctica y enunció una serie de principios, así como la incorporación de propuestas, publicadas mucho después y casi simultáneamente con los llamados principios de Locard.

En las propuestas de intervención por especialidades de Gross se pueden hacer las siguientes agregaciones:

1. Antropometría (mediciones asentadas en fichas signaléticas y creación de expedientes individuales), fotografía (todavía no estandarizadas), dibujo técnico forense (planos y maquetas de escenarios de los hechos, gráficas, retrato hablado), grafología, criptografía (codificaciones), contabilidad, dactiloscopia.

2. Explosivos y balística, conocimiento exhaustivo de armas, mecánica de incendios y accidentes físicos, hechos de tránsito de personas (particularmente de trenes, pero no solamente, también de rutas carreteras).

3. Medicina, química y hematología (manchas de sangre y compuestos en la sangre) así como lo referente a la toxicología.

Por supuesto en estos principios no se mencionan los ilegalismos, pero tampoco la idea del debido proceso. Además, la idea de los derechos humanos es más tardía, pero no la de los derechos del hombre.

A pesar del impacto de la dactiloscopia en la indagación criminal, la continuidad del uso de la antropometría con fines de identificación es innegable, por ejemplo en México se utiliza la hoja de filiación para formar y mantener archivos de los trabajadores de la burocracia gubernamental, para la certificación de no antecedentes penales, para el trabajo en las empresas privadas en su sector de recursos humanos, para el servicio militar nacional, para el servicio profesional militar, de marina y de aviación, etc., pero para la indagación delincuencial y criminal existen ya otros métodos de identificación más certeros, además de las huellas digitales, como el registro del iris, que aporta además de la complejidad de sus filamentos, el dato de los colores y de sus variantes. Y no hablemos de las técnicas de identificación genética, para probar casos de violación o para indagar sobre la paternidad de hijos no reconocidos. Ahora mismo casi nadie escapa a la trazabilidad de los recorridos que se puede hacer a través del uso de los teléfonos móviles o celulares.

Estos métodos novedosos (iris, voz, firma electrónica) se ha extendido a las empresas sustituyendo las tarjetas de privilegio de acceso o, inclusive, como firmas fiscales en el pago de impuestos, o bien el registro de identificación de voz como “En Banco S… mi voz es mi firma”. Todo ello como condiciones de posibilidad identificatoria corpórea y por tanto, también biopolítica. Es curioso ver como hay también una confluencia con la práctica y la ideología de la transparencia. Todo debe ser visible, pero al mismo tiempo se mantienen los mecanismos de exclusión y de jerarquización. Puedes ver a través de los cristales de los edificios “inteligentes” pero no necesariamente tener acceso a todas las oficinas, eso dependerá de los privilegios de tu rango o posición.

En esas continuidades y discontinuidades de los registros corpóreos, es necesario agregar las mediciones antropométricas, herencias de Lombroso y de Gall, realizadas por médicos legistas durante la segunda guerra mundial, en el campo del nazismo, no sólo para “afirmar” las diferencias étnicas y los supuestos orígenes “arios” de los germánicos, sino con la finalidad de registrar las diferencias étnicas particularmente con semitas, incluidos árabes y judíos, así como a los negros, que consideraban igualmente inferiores.

Existe ahora una especie de actualización de una “etnometría” puesto que se entrenan a agentes de fronteras, aduanales y de investigación a reconocer personas de diversos orígenes por su aspecto de origen, como parte de la guerra anti-terrorista.

La antropometría también jugó, un papel importante en las tanatopolíticas del fascismo nazi, indagando en la apariencia de los propios alemanes, ya no se diga en la búsqueda de ancestros semitas, para lo cual además estaban las denuncias, los registros civiles y otras narrativas, sino la pretensión de erradicar el mal interno, consignado bajo la forma de las anormalidades congénitas, las enfermedades incurables, la demencia, la idiocia, la oligofrenia, la depresión sistemática, el enanismo, las discapacidades motrices, el síndrome de Down y, vulnerabilidades múltiples, para lo cual el “remedio” postulado fue la eugenesia, una política activa de supresión total o, el impedimento formal o mediante la esterilización, de la posibilidad de participación en la reproducción física, por las supuestas herencias del mal propio.

De igual manera sufrieron los hijos de soldados alemanes ocupantes y mujeres de los países ocupados, algunos fueron integrados forzadamente, arrancados a la madre, a orfanatorios oficiales por su aspecto más germánico, a otros se les trató como parias por su mestizaje “incómodo”. Muchos crímenes se cometieron a nombre de una purificación étnica y biologicista. No es una casualidad que haya sido precisamente Francis Galton, el primo de Charles Darwin, como ya dijimos, quien estaba interesado en la herencia, él mismo es el creador del concepto de eugenesia, con el doble objetivo de impedir la proliferación de los “no aptos” y también para “mejorar la raza”.

Desarrollo del laboratorio y la medicina forense

Alexandre Lacassagne, (1843-1924) nacido en los Pirineos en la población de Cahors, se formó como médico castrense en la Escuela Militar de Estrasburgo y llegó a dirigir el Hospital de Val de Grace, y después de algunos puestos militares acepta una posición en la Université de Lyon en 1880. Es uno de los más influyentes criminólogos franceses, en principio por ser el introductor del laboratorio forense. Introdujo la toxicología (conocimiento químico biológico de la acción de sustancias para el envenenamiento criminal) y la interpretación del comportamiento de las manchas de sangre, al igual que la balística criminal, correlacionando los cañones de las armas de fuego con las balas a través del registro de las estrías o rayado en los proyectiles ocasionado por las imperfecciones del pulido interno del tubo proyector del arma en cuestión.

Como conservador propuso el establecimiento de las colonias penales y se opuso a la abolición de la pena de muerte. Afirmaba frecuentemente que toda sociedad tiene la criminalidad que se merece, identificando, en una visión biologicista, la interacción entre el entorno criminal y la predisposición del carácter criminal o delincuencial de los individuos. Opositor a Lambroso por su propuesta del delincuente nato, proponía la analogía del “caldo de cultivo” viendo a los criminales y delincuentes como gérmenes (ahora dirían virus) que prosperaban y crecían en éste. Lacassagne es fundador de la revista Archives d’antropologie criminelle de médicine légale. Edmond Locard fue uno de sus alumnos más destacados, quien desde entonces fue reconocido, en la época de sus estudios, por su frase: todo contacto deja un rastro.

Edmond Locard, si bien nace en la Loire en 1877, su familia se instala muy pronto en la ciudad de Lyon. El alumno preferido de Lacassagne, conocedor de once lenguas, escribe una tesis de medicina sobre los avances en el siglo XVII de la medicina judicial, aspira a ser un experto traductor en el Estado Mayor del ejército francés, sin embargo, se ve atraído por la medicina forense y la investigación criminal donde destacará como uno de sus más insignes impulsores.

Cabe aquí destacar el gran interés de Locard por la novela negra, con los grandes maestros, como Edgar Allan Poe y Sir Arthur Conan Doyle. Al igual que Bertillon fue un gran formador de cuadros y recibió a numerosos discípulos de diferentes regiones de Francia y del mundo en estancias de investigación, lo que ayudó a diseminar sus conocimientos y sus principios de investigación criminal.

De acuerdo con cálculos de Edmond Locard, pilar de la policía científica francesa, la fiabilidad del registro de las huellas dactilares tiene un indicador del orden de uno en 68 mil 719 millones. El método original se constituye en la comparación de 18 puntos para apreciar las coincidencias y las divergencias con la finalidad de obtener un match, entre los registros acopiados. Por supuesto las computadoras hoy permiten métodos automatizados de comparación con resultados casi inmediatos.

Muy pronto, en un congreso donde se festejan los cincuenta años de Cesare Lombroso como fundador de la antropología criminal, Locard propone el establecimiento de una síntesis de los avances en los procesos de identificación individualizada de los criminales y delincuentes reincidentes, en lugar de profundizar en las divisiones entre las corrientes italiana y francesa: se trata de integrar la antropometría (llamada también el bertillonaje) con la actividad de los dibujantes del retrato hablado, incluir los avances de la fotografía estandarizada, la colorometría, además de la inclusión en la ficha signalética, marcas, cicatrices y tatuajes, así como y principalmente la dactiloscopia, destacando la propuesta metodológica de Vucetich quien desde Argentina venía influyendo en todas las policías judiciales del mundo.

Locard funda el primer laboratorio forense de Lyon en 1910, mismo que ante sus resultados es oficializado en 1912. Además de su director llegó a ser el jefe de gabinete de la policía de la ciudad. Desarrolló también como un método complementario la poroscopía con la finalidad de tener una identificación única a través de la huella de los poros de la piel humana, que podría a falta de huellas dactilares encontrar presuntos responsables de crímenes o delitos cometidos. Se trata de un método infalible pero de mayor complejidad y menos práctico, basado en el registro de los poros corporales, que si bien ha sido utilizado ocasionalmente, nunca tuvo una difusión equiparable a la dactiloscopia que alcanzó niveles universales. En el conjunto de sus obras llego a formalizar una serie de principios que sistematizan las acciones fundamentales de la policía ministerial:

1. Principio de correspondencia. Obedece a la necesidad imperiosa de establecer la liga o la relación entre la víctima y los presuntos autores del delito o del crimen, verificar la existencia posible de un móvil, tanto desde la perspectiva de la posible imputación como de la duda de ésta. Importan aquí, el análisis pormenorizado de la comprobación de coartadas, esto es el manejo de los tiempos en la comisión del delito o del crimen. Se incluyen aquí los elementos analíticos y probatorios de la grafología, esto es de la originalidad de la escritura, de lo cual Locard fue un experto.

2. Principio de transferencia. Todo contacto entre objetos, instrumentos, armas y personas implicadas en delitos o crímenes produce una transferencia de elementos, igual minúsculos que pueden verse como evidencias de los actos cometidos. Aquí aparece como fundamental el análisis microscópico y la dactiloscopia, más tarde la poroscopía, creada por el mismo Locard y centrada en la originalidad diferencial de los poros de la piel humana de todos los individuos, tan diferentes en cada persona como las huellas dactilares. No hay una porosidad idéntica entre individuos.

3. Principio de reconstrucción minuciosa de los hechos. Aquí destacan dos elementos: tratar de mostrar el orden de los acontecimientos realizando una minuciosa reconstrucción de lo sucedido, y por otro lado, recuperar y repertoriar sin contaminar, los vestigios visibles o no visibles en el escenario, particularmente los trazos físicos y biológicos: sangre, fluidos, insectos, telas, fibras, manchas, impactos y, particularmente, armas y marcas de su uso, como cuchillos, navajas, casquillos y proyectiles. La recuperación de los indicios tiene la finalidad de depender menos de los testimonios, todos ellos de carácter más bien subjetivo, frente a la objetividad de las pruebas materiales.

4. Principio de desarrollo de las probabilidades. Se trata del uso de datos y observación de patrones estadísticos o simbólicos que ayuden, en el campo de la formulación de hipótesis, a resolver los delitos o crímenes. Igualmente proceder al acopio de información y datos para establecer estadísticamente tendencias, promedios y focalizar las zonas o regiones de mayor delincuencia y criminalidad.

No sorprende que en Locard entre sus principios no se ubique alguna referencia al debido proceso y que en los hechos, en esa época se haya hecho recurso sistemático a los ilegalismos ya mencionados, ya prevalezca la ausencia de referencia a los derechos del hombre, establecidos ya desde la revolución francesa.

Tenemos así el programa completo de la indagación, necesaria al castigar “moderno”, complemento indispensable de la acción de la policía preventiva y de la sociedad panóptica, tanto para los primo-delincuentes como para los reincidentes, pero además, desde la sospecha potencial de la delincuencia posible y de la criminalidad ocasional hacia la criminalidad organizada. Independientemente de la legitimidad que puede tener el monopolio de la justicia por el Estado, lo cierto es que para funcionar tiene que recurrir a ilegalismos para hacerse de elementos que justifiquen sus determinaciones: el uso de delincuentes protegidos, “chivatos” que denuncien a otros de su condición, uso de detenciones arbitrarias y de privación ilegal de la libertad, tortura física y psicológica, espionaje telefónico y ahora cibernético, etc.

A la muerte de Edmond Locard su laboratorio en la calle de Saint-Jean, en el número 35, en la ciudad de Lyon, contaba con una serie de departamentos dedicados a la balística, la biología, la documentación y grafología, la física mecánica, la identificación de huellas digitales, química y toxicología, todos organizados por este investigador nato.

Cabe mencionar aquí la disputa entre Bertillon y Locard sobre la responsabilidad atribuida a Dreyfus por la famosa carta del asunto de espionaje castrense, que concitó hasta el apoyo de Victor Hugo, donde Bertillon inculpaba al militar judío, mientras que Locard demostró, por su expertise en grafología, la inocencia del imputado.

A este cuadro, con la aportación de la medicina criminológica y ministerial, nombrada también criminología médico científica o medicina legal y/o forense en algunos países, tiene una correlación necesaria con la llamada medicina experimental, impulsada entre otros por el médico checo Johannes Purkinje, nacido en Libochvice en 1787, desaparecido en 1869, primer estudioso de las huellas dactilares, la fisiología experimental y la micrografía, útil por ejemplo para observar al microscopio los cortes en las heridas de las armas blancas y determinar el instrumento cortante vinculado al crimen.

Y por su lado, el médico francés Claude Bernard, verdadera cabeza de la medicina experimental en Francia, responsable de la exigencia de la contraprueba en el laboratorio para tener mayor certeza en los resultados de las investigaciones científicas y, en su caso, las criminales. No en balde los criminólogos que hemos mencionado fueron médicos, otros médicos militares y ciertamente no abogados, y todos se beneficiaron de los avances de la medicina experimental. De alguna manera entre las nacientes Ciencias Humanas, destaca la biología y particularmente la biología humana, como parte de la emergencia de la nueva episteme.

A Claude Bernard (quien nace en los márgenes del Ródano en 1813, muere en París en 1870) se le atribuyen desarrollos en el ámbito de la medicina experimental llegando a determinar las funciones glucogénicas del hígado, digestivas del páncreas, la complejidad del sistema nervioso, de la fijación del azúcar en la sangre, de las afectaciones y el tratamiento de la diabetes, además de la teoría del envenenamiento por el óxido de carbono y por la curare (veneno que se usa para la caza entre los pueblos amazónicos). En fin, para efectos de la investigación policiaca, estos descubrimientos de la medicina experimental constituyeron aportes fundamentales.

La producción de conocimiento que Foucault señala, se realiza a partir de mediados del siglo XIX y mantiene vigencia en el XX, se encuentra fundada en la emergencia de las Ciencias Humanas que “se dirigen al hombre en la medida que vive, que habla y que produce. En cuanto ser vivo crece, tiene funciones y necesidades, ve abrirse el espacio en el que anuda en sí mismo las coordenadas móviles; de manera general su existencia corporal lo entrecruza de un cabo al otro con lo vivo”.

Cuando se traducen estas nociones en saberes de lo judicial podemos decir que se trata de las dimensiones del saber donde se alojan las ciencias que se ocupan del lenguaje, del trabajo y de la vida, tres dimensiones que encuentran sus especificidades en un lenguaje jurídico excluyente, un trabajo de control y de exclusión donde la transgresión se sanciona y una vida que se define por entender su opuesto, como la producción de la muerte, como parte de esa transgresión jurídica, como crimen. Es por ello que se anclan en la experiencia, en las prácticas del producir, del hablar y del vivir y, al mismo tiempo, abren el campo de la otra experiencia, es decir, su dimensión empírica como producción de saberes y con ésta, también, de la práctica experimental positiva.

De esta manera podemos afirmar que con los procedimientos de la frenología, la antropometría, el laboratorio de investigación criminal y la medicina experimental, se crearon las bases de una comprensión, centrada en la expresión corporal de la vida y sus interacciones con la sociedad, siendo la muerte y la afectación diversa de los daños corporales y simbólicos judicializados, una preocupación estatalizada marcada por la exclusión y el castigo, incluso como estadísticas, en las prácticas de la vida de los individuos, racionalizadas como formas de gobierno de los hombres, es decir, como biopolítica y como ejercicio de biopoder, interesando campos como la salud, la higiene, la prevención, la natalidad y la mortalidad, la etnicidad y la racialidad.

Ha sido una constante preocupación de los métodos de control de las poblaciones establecer una relación clara entre la clasificación social (remitida frecuentemente al problema de la identidad étnica y de la clase social) y la identificación de los individuos que la componen. Esta actividad está en el centro de la estatización de la vida social mediante la creación de mecanismos de gestión del gobierno o conducción de los vivos, entendiendo esta gestión como una compartición de la actividad propiamente gubernamental y la actividad de gubernamentalidad, de la mentalidad de gobierno sobre los individuos, y de éstos sobre sí mismos, en la sociedad.

La credencialización de la población obedece a la necesidad de tener “a la vista” la documentación identificatoria de las pertenencias, a la escuela, al trabajo, a los servicios, en general a la vida social de cada individuo. El carnet de identidad, de afiliación al partido, la filiación del trabajo, el expediente judicial, la licencia de conducir, la cartilla militar, el registro federal de causantes, la cédula profesional, la firma electrónica fiscal, los registros médicos, el registro del iris, el reconocimiento de la voz, la tarjeta de crédito o de débito, la tarjeta de la tercera edad, la credencial del club, etc. Y también los archivos electrónicos.

Si bien la tarjeta de identidad ha sido cuestionada constantemente en México, la verdad es que la credencial del INE (antes IFE) para propósitos electorales, se ha convertido en la identificación más importante, aún por sobre el pasaporte y la clave única de registro de la población (CURP) diseñada con ese propósito. Como vemos, vivimos en una sociedad hiper-identificada, prácticamente nadie puede vivir más en el anonimato, que antes era posible, sobre todo en las grandes ciudades.

Por todo lo anterior podemos afirmar que las formas de identificación social y corporal, forman parte de la antropometría y al mismo tiempo de la panóptica, además de reflejar el interés por la vida nuda; salud, etapas de la vida, nacimiento, niñez, adolescencia, juventud, adultez primaria, reproducción, segunda y tercera edad, senectud y muerte. Es decir, que se coligen con la biopolítica.

Pero la biopolítica, marcada por la existencia de la vida cruda y nuda en cada cuerpo de los individuos es al mismo tiempo, la vida de la inserción de los cuerpos individuales en el cuerpo social. Es lo central de la biopolítica. Lo que le sucede al cuerpo individual le pasa al cuerpo social. No en balde sanitariamente se habla de las epidemiologías de los eventos de riesgo, desastres, epidemias y de enfermedades como las crónico-degenerativas, como las cardio-vasculares o la diabetes.

En ese sentido, no hay enfermedades individuales sin expresiones biopolíticas corporales. Así las técnicas antropométricas anuncian sus usos totalitarios más tardíos, sea como políticas de aniquilación sistemática de poblaciones por razones biologicistas, así sea como eugenesia, con propósitos de erradicación de la carga genética en su propia población. Políticas ya no solo de exclusión o de encierro, de apartamiento o de encierro, sino y principalmente de aniquilación, vista como de eliminación de cuerpos extraños en el cuerpo nacional.

La tanatopolítica, forma extrema de la biopolítica

Giorgio Agamben afirma en Homo sacer, que Foucault:  No transfirió su propia obra, como habría sido legítimo esperar, a lo que podía considerarse como el lugar por excelencia de la biopolítica moderna: la política de los grandes Estados totalitarios del siglo XX. La investigación que iniciaba con la reconstrucción del grand enfermement [el gran encierro] en los hospitales y en las prisiones no se concluye con un análisis del campo de concentración.

Para Agamben, con los totalitarismos del siglo XX, el dominio absoluto constituye el cambio en el ámbito de la vida nuda, se manifiesta de manera incontrovertible en la existencia del campo, lo que permitió que la política se volviera por completo biopolítica y al mismo tiempo su extensión extrema como tanatopolítica. Ya no se trata tanto de conducir a los hombres, gobernándolos, puesto que su posibilidad en el totalitarismo es absoluta, sino de ejercer su soberanía hasta la aniquilación del otro: el judío, el negro, el homosexual, el enfermo, las masas que buscan refugio sea por persecución política o por motivaciones económicas, el opositor, el comunista, el anarquista, el resistente capturado e inclusive, el disidente ocasional.

Agamben se pregunta cómo algunas democracias a instancia de sus propias reglas y funcionamientos se han podido transformar en totalitarismos y también cómo los totalitarismos se transforman en democracias. Tenemos el ejemplo del fascismo alemán, pero también el regreso en la propia dictadura a la democracia como en Chile, o inclusive, de una manera más complicada en China, la instauración de un régimen económico neoliberal y globalizante con un régimen de partido único.

O bien en Brasil, recientemente, donde un totalitario manifiesto, partidario explícito de la tortura, la pena de muerte, homofóbico y misógino, gana las elecciones en la democracia. Igualmente aparece como polémica la definición de Donald Trump como “nacionalista”, particularmente en los Estados Unidos siempre vistos como el ejemplo del “multing pot” tierra de migrantes, entre los cuales se encuentran sus propios ancestros.

En todos los casos aparece como referente el problema de la soberanía, en su expresión ciudadana, primero, como sujetos de derechos humanos y al mismo tiempo con sus sujeciones sociales, políticas y culturales. Al mismo tiempo ciudadanos y cuerpos, parte de la nación y sujetos de la biopolítica.

Es importante destacar que es la constitución de los Estados Nación, junto con la constitución de la soberanía, lo que permite entender que el propio concepto de nación ya es biopolítico, puesto que apuesta por, en primer lugar, establecer el principio de un pueblo, una lengua, un territorio. Nación viene de nacimiento (nascere) un principio de orden biológico. Vivir, hablar, producir, diría Foucault, y también morir diría Agamben. Hacer vivir, dejar vivir, principio de la biopolítica. Dejar morir, hacer morir, principio de la biopolítica-tanatopolítica, efecto del suspender libertades y tener la prerrogativa de hacer morir, principio del Estado de excepción.

No bastará para el fascismo el registro sistemático de los individuos, ni siquiera generalizar mecanismos panópticos de vigilancia de éstos, incluida en la primera línea la delación, sino además, en los campos de concentración, trasladar el registro en los archivos del papel a la inscripción en la piel de un número que corresponda a un nombre, a un sexo, a una edad y a una pertenencia étnica, en la medida en que el deterioro de la vida nuda, en medio de una masa de cuerpos retenidos, sometidos e intensamente agotados, pierden eso que permite su identificación individual, y quedan en situación de mera animalidad, de indiferenciación arbitraria, de sujeción oprobiosa al Estado de excepción, reducidos a una numeración inscrita en la piel.

No podría haber un hecho más biopolítico extremo que el marcaje directo en el cuerpo contenedor de la vida nuda de los prisioneros: judíos, gitanos, negros, homosexuales, resistentes, vulnerables y otros “viviendo” una vida a la vez nuda e infame. Es este pasaje el que determina precisamente el advenimiento de la extrema biopolítica, aquella que alcanzará la expresión de tanatopolítica: hacer morir, en cuatro dimensiones, ejecuciones extra judiciales, holocausto, eugenesia, además de prácticas médico experimentales con la vida misma (tolerancia a la tortura, al dolor, a la presión psicológica, a las sustancias, etc.). Políticas de la muerte, homo sacer, hombre de vida sagrada, hombre de vida sacrificable.

Agamben sitúa este horizonte en la forma de un intercambio entre la soberanía sustantiva del soberano y la transferencia de ésta al ejecutor médico científico que es delegado para certificar no sólo que existe una vida indigna de ser vivida, sino además, del merecer ser suprimida. El papel de los médicos legistas, experimentales, criminalistas, ha estado en el centro de estas prácticas de exclusión, de racismo biológico y biologicista, de aniquilación.

Los creadores de la frenología, de la criminalística, de la criminología positiva, de la antropología criminal, de la antropometría, de la medicina experimental, de la eugenesia, todos han tenido una transferencia de soberanía que obedece más al Estado de excepción que a la legalidad, aún cuando muchas veces, en ella misma, están contenidas precisamente las excepciones mismas. Véanse los casos señalados por Agamben en la medicina experimental norteamericana, en los años cuarenta y cincuenta y no se diga en las prácticas de investigación con “conejillos de indias” humanos.

Podemos afirmar que hay un tránsito, un vaso comunicante, que va de los dispositivos del gran encierro y la exclusión, la vigilancia panóptica: hospital psiquiátrico, penitenciaría, aparato judicial, etc., donde las herramientas de registro y control se formulan explícitamente desde la frenología, la criminalística, la criminología positiva, las mediciones antropométricas, ya como formas propias de la biopolítica y también de sus extremos tanatopolíticos, como la investigación médico científica de excepción, la eugenesia, el holocausto y el propio Estado de excepción.

Conclusiones provisorias: en los umbrales de Michel Foucault y Giorgio Agamben
Aquí hemos producido por lo menos siete tesis que engarzan los análisis de Michel Foucault con los de Giorgio Agamben:

1. Es en la creación del cuerpo social que denominamos Estado-nación, donde nacen (lo dijo también Max Weber) las técnicas de registro y control de las poblaciones (expropiación de los medios de administración, de manos de la nobleza y de la iglesia). Registro de bienes y propiedades, registro civil de los individuos. Igualmente la centralización de la recaudación y centralización de la justicia, que al igual que la violencia legítima, se constituyen en monopolios del Estado.

2. Entendemos aquí por Estado no solamente la idea de aparatos de gobierno, sino además la noción de estado de la situación que integra población, territorio, gobierno y seguridad.

3. Es la noción de nación, frente a comunidad o civilización, la que caracteriza la emergencia de un nacimiento de las formas tardío medievales y de la sociedad moderna en Occidente, lo que postula, ante todo, un régimen o una hegemonía política, sustentada en el poder de la soberanía, sea que ésta se exprese como la del soberano, en términos de Agamben fuente de la dominación legítima que al mismo tiempo se encuentra adentro y afuera de ella, en tanto puede por razones de seguridad o de “protección” suspenderla. Igualmente sea de la soberanía democrática, expresada bajo formas de fuentes constitucionales, que también estipulan ese adentro y ese afuera, puesto que pueden igualmente ser suspendidos los derechos ciudadanos con fines de “protección” por amenazas a la seguridad de una población o de una élite en el poder político.

4. En la noción de nación (natío) se expresa la idea biologicista de nacimiento, emergencia de una forma de legitimar los nacimientos y los decesos en las poblaciones que contiene el territorio de unas fronteras delimitadas, frente a otras naciones. Nacimiento al cual suceden políticas de cuidado del cuerpo social hasta su gradual agotamiento y desaparición. Agamben postula que este es el origen real de la biopolítica.

5. La idea más polémica de Agamben se expresa al señalar como en el ámbito de lo nacional, igual al interior del totalitarismo que de la democracia, se expresan las reglas del régimen de excepción. Lo que se traduce en el sentido de que tanto en la dictadura totalitaria de forma exacerbada, como en la democracia, en forma potencial este régimen puede aparecer en cualquier momento. Es la soberanía la que está como raíz de la excepcionalidad.

6. Hemos mantenido como tesis, la existencia de una hilo de Ariadna que lentamente pero consistentemente tejido, inicia con la frenología, se trasforma en antropometría, que adquiere la forma de criminalística, luego de criminología positiva, que se colige con la medicina experimental, que se relaciona con las policías, tanto de investigación como preventivas, que adquiere a partir de las prisiones formas panópticas que se dispersan y generalizan en la sociedad, y que tienen el doble objetivo de generar registros plenos de identificación individualizada, para el control de las poblaciones. Será la estadística como ciencia del Estado lo que dará cuenta de la lógica de gobierno de los hombres, gobierno sobre los hombres y mentalidad de gobierno de los hombres sobre sí mismos, lo que formaliza la existencia de la biopolítica de las sociedades contemporáneas desde el principio de la modernidad.

7. Hemos querido trazar una línea que termina en los umbrales de las reflexiones que inspiran a Michel Foucault, adosadas con el seguimiento propio de la juridicidad y la criminalística que buscan complementar los efectos de defender la sociedad, para a partir del nacimiento de la biopolítica, encontrar los umbrales de la obra de Giorgio Agamben quien concluye que es en los límites de la biopolítica, haciendo de la política de exterminio de los cuerpos sometidos, en los campos de concentración del nacionalsocialismo fascista, donde se produce el modelo lógico extremo de la biopolítica devenida tanatopolítica.

Concluyamos parafraseando a Agamben, si los individuos de la sociedad contemporánea occidental, en tanto que hoy una parte importante de oriente pareciera ir en el mismo sentido, donde su forma de vida es, al mismo tiempo, su corporalidad nuda y cruda, particularmente y en razón de la ausencia de alguna explicación metafísica plausible de su existencia, donde la vida y la forma de vida son indisolubles.

Un programa posible de investigación es factible, distinto de éste que hemos querido mostrar como la confluencia entre la juridicidad, la criminalística, la panóptica, la policía, la medicina experimental, la eugenesia, el campo de concentración y la filosofía política.

Quizá no queramos concluir con la afirmación de Agamben sobre el riesgo de la latencia de una catástrofe biopolítica en el horizonte humano, pero si el mantener la observación crítica sobre las potencialidades totalitarias y sus capacidades tecnológicas de control, que en la posmodernidad, pueda producir formas biopolíticas de autogestión de las sociedades contemporáneas, heterotópicas y postópicas, anulando las pretensiones irracionales de los neo-nacionalismos posibles. Sólo una sociedad realmente cosmopolita y diversa, nos podrá inmunizar de las ambiciones totalitarias.

Referencias

  • Agamben, Giorgio (2017), Homo sacer. El poder soberano y la vida desnuda, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora.
  • Beccaria, Cesare (1856), Traité des délits et des peines, Paris, Édtion de F. Hélie.
  • Chauvy, Gérard (2013), Les archives de la Police scientifique francaise. Des origines á nous jours, France, Éditions Hors Collection.
  • Collectif Maurice Florence (2009), Archives de l’infamie, Paris, Les Praieries ordinaries.
  • Dorolle, Maurice (1934), “Préface”, en Bernard, Claude, Introduction á l´etude de la médecine expérimentale, Paris, Librairie Delagrave.
  • Ferri, Enrico (1905), Sociología criminal, Madrid, Centro Editorial de Góngora.
  • Foucault, Michel (1968), Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI.
  • ______ (1976), Vigilar y castigar, México, Siglo XXI.
  • ______ (2004), Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France 1978-1979, Paris, Édtions Gallimard/Éditions du Seuil.
  • Garofalo, Raffaele (2005), La criminología. Estudio sobre el delito y la teoría de la represión, Buenos Aires/Montevideo, Ediciones B. de F.
  • Gómez, Luis E. (2011), “Terrorismo y globalización”, en Arias, Alán y Gómez, Luis E. (coords.), Una década de Terrorismo. Del 11 de septiembre a la muerte de Osama Bin Laden, México, Ediciones Quinto Sol.
  • ______ (2015), Michel Foucault. De la Arqueología a la Biopolítica, México, Ediciones del Lirio/UNAM.
  • Gross, Hans (1900), El manual del juez, México, Edición de Lázaro Pavía.
  • Kaluszynski, Martine (2014), “Alphonse Bertillon et l’anthropométrie judiciaire. L’identification au cœur de l’ordre républicain”, en Revue hypermédia, Francia, disponible en
  • <https://journals.openedition.org/criminocorpus/2716>.
  • Locard, Edmond (1954), Manual de técnica policiaca, Barcelona, Editor José Montesó.
  • Schoijet, Mauricio (2009), “Algunos antecedentes de la antropología criminal de Césare Lombroso”, en Revista Alegatos, México, núm. 72, mayo-agosto.
luis e gomez sociologo mexico unam

Dr. Luis E. Gómez
Sociólogo mexicano especialista en temas de teoría social contemporánea.

Twitter/ X / LinkedIn

Publicaciones