El presente trabajo quiere ofrecer una serie de reflexiones sobre la televisión pública, a partir de proponer ocho preguntas que me parece esencial formular para orientar la discusión en torno a su estatus, en el contexto de la complejidad de la sociedad contemporánea y sus relaciones con el conocimiento, la información y la comunicación.
1. ¿Hay una televisión pública pertinente para la sociedad de la complejidad? 2. ¿Cómo ubicar la televisión pública en el ambiente de la actual crisis económica? 3. ¿Hacia dónde se dirige la televisión pública? 4. ¿Puede haber producción creativa en la televisión pública? 5. ¿Puede cumplir su misión social la televisión pública? 6. ¿Dónde quedan sus objetivos estratégicos? 7. ¿Puede haber una televisión pública alternativa e inteligente? 8. ¿Qué horizonte de futuro puede tener la TV pública en el entorno de la sociedad del conocimiento?
Responder a estas preguntas obliga a situarnos en el contexto de la contemporaneidad. Considerar en el ámbito nacional, como elementos significativos, al movimiento estudiantil del 68, en su momento prácticamente ausente de toda televisión, acaso difundido en diferido después de mucho tiempo, pero donde es importante señalar entre sus objetivos históricos la demanda por las libertades democráticas, de expresión, de reunión, de información, en el contexto del régimen de partido único, que funcionaba también bajo el principio de la televisión única, resultado del control y de la censura, en particular de la segunda televisora pública de América Latina, el canal 11 del Instituto Politécnico Nacional, que comenzó a funcionar a partir de 1959.
Es en el gobierno de Miguel de la Madrid que, en 1985 se crea Imevisión, aglutinando a los canales 7, 13 y 22. Luego, la lucha electoral del 88, principio de ruptura del régimen de partido único, vio el reforzamiento del control estatal de la información, no sólo de la televisión pública, sino también de la privada y en general de todos los medios, particularmente de la prensa escrita.
Con las políticas privatizadoras iniciadas en el sexenio anterior, en 1993 se produce la desincorporación (eufemismo de la privatización) de los canales 7 y 13, constituyéndose la televisora privada TV Azteca, dándose por terminada la aventura de una televisión pública del Estado con pretensiones de competencia, incluso comercial, con la televisión privada. Es necesario subrayar la permanencia de los canales 11 y 22 como televisoras públicas, además de las llamadas televisoras de los estados.
1. La televisión pública en la sociedad de la complejidad
El día de hoy es prácticamente imposible referirse al fenómeno televisivo sin tomar en consideración la atmósfera técnico-cultural que se despliega vertiginosa ante nuestros ojos. La sociedad de la complejidad, abigarrada trama de la connivencia entre las llamadas sociedades de la comunicación, de la información y del conocimiento, misma que no deja de oponerse, y al mismo tiempo coexistir con las prácticas de la sociedad tradicional, que igualmente busca mantener su lugar con exigencia y dignidad.
La complejidad de la sociedad contemporánea está caracterizada por el enorme volumen de flujos que circulan bajo la impronta de la globalización; flujos de información, mensajes, señales, imágenes, datos, de casi todas las operaciones financieras que corren entre países y continentes, todo en apenas el tiempo de un guiño de ojo y también, aunque bajo otras circunstancias, los flujos migratorios, el neo-nomadismo global, que en algunos casos es motivo de una nueva demanda de televisión en otros idiomas.
Las autopistas de la información utilizan en sus trayectorias señales de video, imágenes y fotografías, tanto como de televisión, y contienen además información acerca de los programas que se emiten simultáneamente en varios países y continentes, mismos que se transmiten por el monitor de las computadoras en una multitud de emisiones en directo o en diferido de las principales transmisoras, de acuerdo con los ratings internacionales.
Aquí lo más significativo de esta connivencia televisión-Internet es la simultaneidad y/o el diferimiento de las presentaciones, en tiempos real y de repetición. Vivimos con esto una abolición real y virtual de las distancias.
Toda la televisión en su conjunto – pública y privada, analógica y digital, de cable, por microondas o satelital- vive el embate de la sociedad de la información, de sus transformaciones y usos, informando en el día a día, el hora a hora, e inclusive en el minuto a minuto, acerca de los cambios en la situación política, clima atmosférico, entorno social, conflictos geopolíticos, bolsas de valores, monedas, negocios de las grandes corporaciones, la propia evolución técnico-científica.
Las imágenes se multiplican y nos desbordan, ahora prácticamente no hay un acontecimiento social que no esté registrado, filmado, fotografiado o video-grabado, accidental o intencionalmente, cuando no es que haya sido transmitido en vivo y a todo color.
Por otra parte, las pantallas planas se multiplican y distribuyen por todas partes: en los centros comerciales, restaurantes (no sólo de las cadenas), pasillos de las instituciones públicas y privadas, sucursales bancarias, clubes, gimnasios y en otros espacios; mientras que en los domicilios existe ya la práctica, casi como cortesía, de mantener encendidos los monitores, incluso cuando nadie pareciera estar poniendo atención a los programas emitidos.
La televisión ya forma parte de la ambientación de una gran cantidad de lugares en los centros urbanos y a veces más allá de ellos. Por supuesto, existe una proporción decreciente de los aparatos en relación directa con la mayor distancia que exista respecto a los centros económicos, políticos y sociales más desarrollados. Algo parecido se expresa con la penetración de las computadoras: las segundas parecen seguir el trazo de las primeras.
Con todo lo anterior queremos afirmar que, si bien antes pedíamos información como una demanda de derechos políticos, hoy estamos saturados de ella, sobreinformados; hoy somos prácticamente incapaces de procesar todos los sucesos y datos que nos llegan, primero por la televisión, y ahora también por otros medios, fundamentalmente informáticos, principalmente internéticos.
2. La televisión pública en la crisis económica global
La crisis económica que vivimos refleja en gran medida la crisis de las prácticas neoliberales y la globalización. El Estado neoliberal, artífice de las políticas de la desregulación y las privatizaciones, se encuentra hoy en estado de cuestionamiento, realizado ya hasta por sus antiguos panegíricos. Sólo la emergencia de una dosis adecuada de un Estado estratégico y una sociedad civil fuerte, así como de un mercado regulado puede permitir contrarrestar los efectos perversos de la debacle económica, que lo es también del Estado neoliberal.
La televisión pública fue caracterizada en el pasado como un dispositivo de comunicación e información estratégico para el Estado, lugar en que fue puesta como un servicio público dirigido a toda la población. Con esto queremos afirmar que la televisión pública es una entidad en el ámbito de las telecomunicaciones que pertenece a la esfera del Estado, bajo una forma descentralizada y potencialmente con una autonomía relativa.
Esta función fue pensada originalmente, en particular por los Estados que se identificaban con los principios del bienestar y/o de corte socialdemócrata. No es un azar que haya debutado en Inglaterra, Francia y Alemania.
No obstante lo anterior, la crisis de la socialdemocracia y del Estado de bienestar dio paso a las políticas monetaristas, neoliberales y globalizadoras, las cuales se expresaron bajo la forma de la privatización, permitieron su deterioro y la falta de interés por sus presupuestos, a veces con el propósito de desmantelarlas, venderlas o bien de conservarlas marginadas, dejándoles un lugar social ajeno a su función original, sin considerar la calidad y la búsqueda de audiencias importantes.
Se puede afirmar que la televisión pública refleja bien el rompimiento del equilibrio entre sociedad y Estado, entre lo público y lo privado, entre instituciones de derecho y empresa privada, entre mercado, Estado y sociedad; es decir en las oposiciones que han caracterizado la desregulación de la televisión privada y el desmantelamiento de la televisión pública en beneficio de la primera.
La noción de lo público, a partir de las políticas neoliberales conservadoras, se ha venido transformando en algo que, pareciendo estable, se ha vuelto inestable: el espacio físico es ante todo una noción de propiedad pública, se expresa como un territorio que tiene diversas formas de apropiación: estatal, comunitaria, privada, aunque ésta necesita estar certificada públicamente. El espacio del subsuelo es también una noción de propiedad pública.
El subsuelo, con sus recursos, pertenece en primer lugar a la esfera del Estado; sin embargo puede ser concesionado o puede dar lugar a privatizaciones en diversos grados. El espacio aéreo también tiene una dimensión pública, nadie en particular es su propietario, como en el caso de su uso para la transmisión de ondas de radio, televisión, microondas, etc.
Los Estados tienen la facultad de concesionar y de emitir permisos; sin embargo, muchos ámbitos, originalmente públicos, ahora se les considera como pre-privados o en transición a lo privado. Cuando se afirma que el verdadero dueño de los medios públicos es el pueblo, en realidad hay confusiones entre éste y los usuarios de dichos medios, lo que se convierte en una numeralia que da cuenta de las audiencias, de donde se desprende una idea de la existencia de una opinión pública, misma que debe ser expresada a través de los medios públicos, en primer lugar, de la televisión pública.
No obstante lo anterior, la verdad es que el concepto de opinión pública no se expresa sólo a través de los medios públicos, puede pasar también a través de medios privados, y hay concepciones que la reducen a los resultados de las encuestas.
La desregulación y las concepciones del Estado mínimo han llevado al extremo de considerar al Estado resultante de este proceso (de tránsito desde el espacio público al privado) casi como un ámbito privado en general. A contracorriente, la actual crisis económica parece estar urgida de poder revertir esta concepción frente a la catástrofe de la economía, es decir, podríamos estar experimentando una vuelta hacia la regulación relativa y una recuperación gradual de la orientación pública del Estado. Veremos …
3. Televisión pública y su destino
Si nos replanteamos el problema, en las nuevas condiciones del conflicto entre neoliberalismo y crisis de la desregulación económica, la televisión pública se hizo de una misión francamente imposible: ser al mismo tiempo vehículo de difusión de la cultura, partícipe del proceso formal e informal educativo, generadora de ciudadanía, cadena de transmisión de los saberes de la sociedad y del conocimiento científico, informadora objetiva, ser todo esto tanto como medio de entretenimiento inteligente.
La televisión pública ha querido ser una alternativa de comunicación de masas que forme parte de la construcción de nuevos actores y entramados sociales identificados con la innovación y al mismo tiempo con los imperativos multiculturales, esto es: una expresión que busca articularse en la convivencia/connivencia/oposición con la tradición.
El rol de la televisión pública debería ser fundamental en una sociedad democrática: ayudar a configurar las pautas culturales, canalizar de manera equilibrada y equitativa la libertad de expresión, ofrecer el derecho de réplica, promover el reconocimiento de los valores de una sociedad diversa y multicultural, dar cauce a la información social y política, apoyada siempre en soportes audiovisuales plausibles, y concebirse como un dispositivo privilegiado de relación con los ciudadanos.
La difusión de la cultura no es solamente dar una imagen del folklore nacional o más allá de él, en la representación casuística del folklore internacional; no puede ser tampoco el sólo elogio de la “cultura popular”. Cuando hablamos de cultura, nos referimos a la cultura en su sentido amplio, un sentido más bien de civilización y construcción de la polis, de ciudadanía. Nos referimos a la cultura en su dimensión histórica, global, universal; y también en su peculiaridad, estatal, local; a la cultura como expresión sociológica, antropológica, etnológica; pero también en sus manifestaciones estéticas, donde imprescindible la recuperación de las músicas popular, vernácula, culta y contemporánea; la exhibición es de pintura, escultura, danza teatro; además de la escritura en sus diversas formas, a partir de los mismos guiones y diálogos.
4. Dimensión creativa de la producción televisiva pública
La televisión pública puede ser un ámbito privilegiado para llevar adelante una tarea que reconozca esta dimensión de orden cultural, independientemente de los géneros televisivos, pero no así de los contenidos, cuya producción debería ser el centro de funcionamiento de la televisión pública a riesgo, de no hacerlo, de convertirse en una entelequia de retransmisión de producciones de otras televisoras públicas extranjeras y privadas. El principal lastre es el riesgo de que la producción se transforme en un empeño burocrático que se haga sólo por cumplir.
La televisión pública tiene como objetivo central la conformación y el mantenimiento de públicos específicos. Existen sin duda dos dimensiones qué atender: modernidad y tradición: por un lado, la vida urbana y cosmopolita que crea una identificación con los trazos objetivos y simbólicos de lo contemporáneo; por otro, la existencia de rasgos multiculturales de expresión diversa, expuestos fundamentalmente por lo rural y lo indígena, no reducidos a lo folklórico ni a lo ancestral, no vistos sólo como estatuas de piedra.
Por lo anterior, no se pueden identificar plenamente los públicos de la televisión pública; se piensa que son, ya de por sí, segmentos cultos de la población, de cierto nivel adquisitivo y por supuesto, de un consumo cultural elevado; sin embargo, no siempre es así, hay otros segmentos sociales que, por razones poco conocidas, también son audiencia cautiva de la televisión pública.
La televisión pública puede o podría funcionar como complemento de la educación nacional, en todas sus vertientes, desde las más elementales, como la preescolar y la primaria, la secundaria, hasta el bachillerato, la educación técnica y por supuesto la profesional, particularmente la educación a distancia, que puede llegar, siempre que se apoye en campañas bien publicitadas y de claros compromisos institucionales, a amplias capas demográficas que requieren de servicios educativos en razón de su alejamiento físico de los principales centros culturales del país. La televisión pública puede ser capaz de formar nuevas habilidades y destrezas de la sociedad, enseñar nuevos lenguajes, nuevas semiologías, las innovantes capacidades audiovisuales, de escritura y gramática diversas e informatizadas; puede ser un fértil campo de experimentación de los adolescentes y los jóvenes, así como de las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento.
No se trata solamente de producir barras infantiles y juveniles – lo que es de por sí importante- , sino de ofrecer amplios servicios educativos para todas las edades, una experimentación que busca desarrollar en todas sus dimensiones el principio filosófico de una educación para la vida. La dificultad es otra vez la falta de continuidad de una producción entretenida y la ausencia de un manejo inteligente.
Existen ejemplos interesantes de programas que van de la capacitación en carpintería, plomería, electricidad, hasta el arte, la plástica y aun las gastronomías locales, regionales o internacionales. En el ámbito de la tradición, poco se ha explorado, en la televisión pública, la educación y formación en oficios y artesanías, en el manejo técnico de materiales y herramientas, incluso para capacitar a los neófitos de cualquier nivel social.
Se trata también de informar y explicar sistemáticamente los descubrimientos de la ciencia, las innovaciones tecnológicas, la abarcabilidad de las instituciones de educación pública, los avances universales del conocimiento y los saberes prácticos de la sociedad; se trata de divulgar y difundir sin vulgarizar.
La actividad informativa de la televisión pública no debería ser más la portavoz oficial de las actividades presidenciales o de las gubernaturas, sino una televisión pública comprometida con la verdad y el análisis, con un sentido claro de servicio público que debería ofrecer programas informativos de alta competencia.
Hoy existen todas las condiciones para que la televisión pública pueda ser la alternativa informativa de una gran parte de la población, interesada en las noticias y sus significados, en una información imparcial capaz de dar cuenta crítica hasta de los fracasos gubernamentales o los aciertos de las oposiciones. Como objetivo, se requiere de una editorialización de la vida pública y política que respete la pluralidad social, la multiculturalidad, la diversidad y que establezca puentes entre lo contemporáneo y las tradiciones; en fin: una actividad informativa, mundial, nacional, regional y local adecuadamente distribuida.
La televisión pública no debe estar peleada con el entretenimiento, debe sectorizarse como una televisión de edades, de espacios de entretenimiento infantil, para jóvenes, para mayores, para mujeres; series nacionales y extranjeras de calidad. Pero principalmente debería abocarse a la producción de series y programas de calidad propias, con contenidos sustantivos, abiertos, e inclusive no eludir su sintonía con el cine y sus filmografías contemporáneas, de arte e inclusive de carácter comercial de alta calidad. Recuperar el teatro por televisión que ha sido prácticamente abandonado.
A todo esto llamamos una televisión inteligente, capaz de desplegar un entretenimiento de calidad, competitiva consigo misma. Sin pretender ser igual o estar en el mismo rango que la televisión comercial, su verdadero desafío es estar más allá o por encima, cualitativamente hablando, de la televisión comercial o de paga.
5. Misión social de la televisión pública
Hay en el mundo pocos ejemplos alusivos, se habla de uno de carácter paradigmático: la BBC de Londres; sin embargo, los procesos privatizadores han venido mermando la autonomía de la televisión pública y en alguna medida la gran mayoría ha tenido que ceder espacio a la publicidad, ya sea ésta gubernamental o incluso privada.
Mal menor, dirían algunos, poder recuperar recursos propios para fortalecer la autonomía de gestión y un incremento en los presupuestos. No obstante lo anterior, en México cada vez vemos una menor producción propia, y quizas ahora, a excepción de TVUNAM, las televisoras públicas, incluidos los canales 11, 22 y 34, se han convertido cada vez más en repetidoras en diferido, de programas de televisoras públicas de otros países o, incluso, de no malos programas de la televisión privada, que igualmente se exhiben ahí en otros días y horarios.
La multiplicación de estaciones televisoras estatales ha degenerado, por lo regular, en emisoras de los gobiernos estatales, promotoras de programas de gobierno y, no pocas veces, en vitrina de promoción de las imágenes de gobernadores.
6. Objetivos estratégicos de la televisión pública
México vivió el tránsito de una televisión pública que quiso competir con la privada a la manera de la privada y que culminó, después de una serie de desastres financieros, con su privatización, abandonando un espacio que pudo haberse convertido en un servicio público de alta calidad. Ésta es la historia de lmevisión, y no hace falta reconstruirla aquí para ver la clara derrota de un proyecto que abandonó la posibilidad de una opción de calidad, en los términos de una misión de servicio público que nunca se cumplió.
Con las privatizaciones el margen se estrecha; la experiencia muestra que la televisión pública no es, no ha sido, no será para grandes públicos; su escasa audiencia sólo ocasionalmente crece con programas atractivos de interés general; cuando esto tiene lugar, es porque se trata de producciones originales, propias o ajenas, que pueden competir con las enormes audiencias de los canales comerciales.
El margen se estrecha aún más con la emergencia de la televisión de paga, satelital o por cable, que también tiene segmentos de programación de interés cultural, educativo y de transmisión de saberes, concretamente de aquéllos centrados en nuevos conocimientos o innovaciones técnico-científicas.
Algunos de los canales privados de objetivo cultural parecen operar como entidades semipúblicas donde muchas veces ni siquiera tienen más publicidad que los anuncios de su propios programas. Su financiamiento viene de otros ámbitos, a veces incluso de instituciones públicas, sea por proyectos, sea por la participación de instancias privadas de objetivo cultural. Aquí habría que hacer un aprendizaje de estas opciones de obtención de recursos y financiamientos para la televisión pública nacional.
Si la lucha por la audiencia pone en desventaja a la televisión pública, lo fundamental es encontrar una neta identidad creativa, una imagen institucional que pueda ser vista como un brand, más que como un trade mark, como un símbolo claramente diferenciado de lo comercial, identificado sin ambigüedades con un proyecto cultural autónomo y sustentable, sostenible en todo sentido, algo por lo que vale la pena luchar y colocar con audacia y pertinencia en el plano de las identificaciones sociales.
Aparentemente, el auge de las autopistas de la información va contra la televisión en general y contra la pública en particular; hay un desplazamiento de los públicos, particularmente de los públicos jóvenes, aunque no solamente, también segmentos importantes de los adultos jóvenes. En estos sectores de población ya se pasa más tiempo frente al monitor de la computadora, que frente al de la televisión; esto es así en gran medida debido a la flexibilidad técnica y la interactividad.
Si se piensa que ver televisión es hacer nada, la ilusión de la interactividad a través de Internet puede, en algún momento, convertirse también en la adicción de navegar sin rumbo, pero permite, en la soledad de la pantalla líquida, hacer creer y sentir que se está haciendo algo.
7. ¿Puede existir una televisión pública alternativa? ¿Es posible otra televisión?
La televisión pública deberá buscar vías que permitan que la evolución de la sociedad se refleje en su programación y sus orientaciones, sea a través de consejos paritarios con actores o representantes sociales de los ciudadanos usuarios, o a través de mecanismos que recojan esas expresiones y puedan retroalimentar su funcionamiento; es decir, a través del establecimiento de formas de control ciudadano mediante las Cámaras del Congreso o de consejos ciudadanos establecidos ad hoc.
La verdad es que, hoy, la sinergia entre Internet y televisión ya está presente, al grado de que hay gente que ve televisión sin que alguien se dé cuenta que está zapping a través del monitor de una lap, una mac una PC, poco importa, la relación entre Internet y televisión está siendo comandada por el funcionamiento privado y por el de paga. De hecho, una de las grandes batallas hoy se está librando por las ofertas combo, que incluyen televisión de paga (satelital o por cable), acceso a Internet y telefonía fija o celular. No es casual que los contrincantes principales de esta batalla campal sean Televisa y Telmex, sendos monopolios de televisión y teléfonos respectivamente, en un conflicto de intereses que se ha trasladado al seno del Estado y del gobierno, donde cada empresa tiene sus partidarios.
El señalado es un ámbito al que la televisión pública debería llegar y pronto, toda vez que son posibles nuevas alianzas, incluidos los vínculos con nuevas y emergentes empresas privadas, ya que su escasa audiencia puede disminuir, si no se pone atención a estas nuevas formas sinérgicas.
Una vuelta inesperada pero posible de lo público a la competencia por la telefonía y también por la conectividad a las autopistas de la comunicación, toda vez que ya no se requieren, debido a las convergencias tecnológicas, grandes inversiones ni grandes estructuras para convertirse en importantes plataformas de comunicación en la sociedad de la información y el conocimiento. Cabría preguntarse ¿por qué solamente Televisa y Telmex?
La misión social de la televisión pública está en la complementariedad de sus propósitos educativos, sus objetivos de difusión y contribución a la cultura, su capacidad de ser informante de la actualidad, de contribuir al análisis objetivo de las consecuencias de los hechos políticos y sociales nacionales e internacionales, de sus estrategias de comunicación acerca del avance de la ciencia, sus aplicaciones, la innovación técnico-científica y la convergencia de tecnologías de la información y conocimiento.
Se trata de un tipo de televisión inteligente y de calidad que pueda ser entendido bajo el principio de la República de los medios en la República de los ciudadanos. Estas actividades deben contar con políticas claras que aseguren una producción propia, de alta calidad e inclusive de exportación, o al menos de multiplicación, en el conjunto de las televisoras públicas de las regiones y de los estados. Tales políticas pueden ir tan lejos como el producir programas de interés para el conjunto de las etnias indígenas del país en sus diversas regiones y lenguas. Atreverse a representar, servir a nuestra amplísima multiculturalidad.
Se trata también de una visión multidimensional (opuesta a una visión plana o lineal) que permita a la televisión pública capacidades de convergencia tecnológica que se puedan identificar bajo la profesionalización de sus tareas, desde las más simples, hasta las más complejas. Se requiere igualmente mostrar la importancia o relevancia social de sus proyectos de producción y su programación, en la cual se articulen adecuadamente barras, géneros, edades y horarios. Su evaluación debe responder más a criterios cualitativos, que a la búsqueda de ratings comerciales.
8. Nuevo horizonte de la televisión pública en la sociedad de la información y el conocimiento
Finalmente, los sistemas de radio y televisión pública deben estar en relación directa con las necesidades sociales y culturales del ejercicio de la democracia como una práctica cotidiana que preserve y respete su pluralismo y diversidad.
Una televisión pública con libertad y calidad al servicio de la democracia para el siglo XXI no es poca cosa, pero tiene como condición sine qua non la existencia de políticas públicas construidas por un Estado estratégico y elaboradas con los actores de la democracia, desde los creadores y productores, para generar líneas de trabajo explícitas, comprometidas y dispuestas a darse un lugar en la construcción del espacio social, incluso más allá del espacio nacional, porque franjas importantes de la nación viven en el exterior, como parte de los Estados post-nacionales, mismos que la televisión privada quisiera atender en toda su amplitud.
Esquemas de colaboración entre televisión pública nacional y las estatales o regionales son indispensables, no sólo como repetidoras o difusoras de programas, sino como propuestas de producción creativa. Este espacio de colaboración también lo puede ser con el conjunto de televisiones públicas del mundo y muy especialmente en el contexto iberoamericano, producciones conjuntas, ambiciosos programas de series con participaciones diversas, con responsabilidades y gastos compartidos. La televisión pública puede ser un dispositivo práctico, participativo, activo para recuperar su función original y descubrir otras, para ayudar a construir la ciudadanía que nos hace falta, y para avanzar efectivamente hacia la democracia.
Tenemos la oportunidad hoy de impulsar las sinergias posibles de una creatividad en la producción que puede potenciar otra televisión, una televisión pública a la altura de los desafíos de la sociedad contemporánea de la complejidad, capaz de responder a las necesidades de una comunicación, una información, un conocimiento de y para la sociedad. Esto no sería poca cosa para el primer decenio del siglo XXI.